El milagroso Crucifijo de San Marcelo y su Archicofradía en la Europa del s. XXI

El pasado día 27 de marzo, viernes de Cuaresma, pudimos asistir a una de las manifestaciones más impactantes de la religiosidad popular. El Papa Francisco en una tarde lluviosa de comienzos de primavera, se dirigió al mundo para dar testimonio de la preocupación que tiene la Iglesia en estos momentos de la pandemia del coronavirus.

Guardaban y protegían al Sumo Pontífice, en la soledad de la Plaza de San Pedro, el icono de la Virgen Salus Populi Romani, traída desde la basílica de Santa María Maggiore, y el conocido popularmente como “Il miracolosissimo Crocefixo di San Marcello”. Son las dos imágenes que han protegido a la Urbe durante siglos, la Salus Populi Romani, según la leyenda, desde finales del s. VI y el Crucifijo de San Marcelo desde el año 1522.

El primer gran milagro del Santísimo Cristo se produjo la noche del 22 al 23 de mayo del año 1519, cuando un terrible incendio destruyó por completo la antigua iglesia en la vía del Corso. Al enfriarse las cenizas, entraron los fieles y vieron estupefactos que el crucifijo del s. XIV permanecía en su sitio, sin daño alguno. El milagro divulgado de boca a boca, corrió como la pólvora por el barrio. Los fieles que se acercaron a ver el prodigio decidieron ponerse manos a la obra para rehacer la iglesia. El papa León X contribuyó generosamente con este propósito y la reconstrucción se llevó a efecto en el menor tiempo posible.

El año 1522 cayó una epidemia sobre Roma que alteró, como todas las epidemias, la vida de los romanos. Para combatirla, sacaron las imágenes más poderosas, pero no consiguieron gran cosa. Entonces los devotos del Crucifijo, con el apoyo del español Guillermo Raimundo de Vich, protonotario del Papa y cardenal con el título de San Marcello, organizaron una procesión de oración y disciplina que duró dieciocho días, pasando por todos los barrios. La apoteosis se produjo con la entrada triunfante del Crucifijo en la Basílica de San Pedro.

Los mismos devotos del pueblo, con el apoyo de algunos nobles, se unieron en una congregación que recibió, el año 1526, los estatutos del Papa Clemente VII. Este es el origen de la Archicofradía del Santísimo Crucifijo de San Marcelo en Roma, que llegó a ser la más importante de la Ciudad Eterna. En 1564 el Papa Pío IV le concedió la potestad de agregar a otras hermandades de disciplinantes y las dedicadas a Cristo Crucificado de fuera de la Urbe. El éxito fue tan notable entre las de la Europa católica y la América Hispana, que, para el jubileo del año 1825, la Archicofradía de San Marcelo envió un millar de cartas invitando a otras tantas cofradías agregadas a celebrar el año santo en Roma.

El gran desarrollo de la Hermandad se debió a que, desde el primer momento, trabajaron unidos y con el mismo espíritu los cofrades del Crucifijo y los padres servitas, encargados de la Iglesia de San Marcello. Como protector de la Cofradía nombró Su santidad a su vicecanciller, que comenzó con el cardenal Alejandro Farnese, le siguieron otros purpurados de las familias Peretti, Barberini, Carafa y un largo etc., por supuesto, de las familias más poderosas de la Roma del momento. Cada uno de ellos contribuyó en lo que pudo al esplendor artístico y musical de la Archicofradía, construyeron el oratorio de la Piazza Sciarra y consiguieron, de los romanos pontífices, todas las gracias e indulgencias posibles.

El fin de la Hermandad fue, desde su fundación, espiritual y social. Trabajó por mantener y propagar la devoción al Crucifijo Milagrosísimo y a la par se comprometió en obras sociales como socorrer a los pobres —en este sentido es interesante saber que llegó a tener un médico para auxiliar a los desheredados y sin techo—, casar a doncellas sin recursos, sepultar a los difuntos sin posibles para pagar un entierro digno y ayudarse entre sí los hermanos que provenían de todas las clases sociales. Fueron famosas las procesiones de disciplina y penitencia que organizaba la tarde del Jueves Santo a la Basílica de San Pedro para venerar las Reliquias de la Pasión. En ellas llevaban la imagen del Cristo con toda la solemnidad exigida. En los años santos hacían construir, por los arquitectos más famosos del momento, un paso en el que el Crucifijo aparecía en un magnífico escenario de ángeles, nubes y luces en una catequesis popular que exaltaba el valor salvífico de la pasión de Cristo. La procesión se acompañaba con un gran número de disciplinantes y grupos de músicos y coros del propio oratorio y otros contratados para la ceremonia. Las cofradías italianas enviaban los años jubilares algunos cofrades que acompañaban a los de la ciudad en la procesión, y las de más lejos mandaban una cantidad convenida de cera blanca para alumbrar al Cristo haciéndose presentes simbólicamente.

Religiosidad Popular, misericordia, obras sociales y conservación del patrimonio siguen siendo los fines que rigen la Archicofradía del Santísimo Cristo de San Marcelo. Sin embargo, hoy, por avatares de la historia, el número de cofrades no es muy grande y, aunque intentan suplir la falta de brazos con un entusiasmo envidiable, han comenzado a trabajar para conseguir personas que, movidas por el espíritu cofrade, quieran unirse a ellos. Han iniciado una etapa de explicación de su carisma, que empieza a dar los primeros frutos.

La Archicofradía del Santísimo Cristo de San Marcelo está plenamente integrada dentro del espíritu que se manifestó en el Primer Forum Paneuropeo de las Cofradías que se celebró en Lugano los días 15 y 16 de febrero del presente año. El encuentro fue convocado por la Cofradía de San Carlos Borromeo de Lugano, lo dirigieron don Umberto Angeloni y la Cofederación de las cofradías italianas, y lo inauguró el arzobispo Mons. Rino Fisichela, Presidente del Pontificio Consejo para la promoción de la nueva evangelización. El Santo Padre concedió a los asistentes indulgencia plenaria a través de la Penitenciaría Apostólica.

El renacimiento de la Archiconfraternita romana, se está logrando gracias al trabajo conjunto del Mayordomo de la Archicofradía, Avv. Illario Maiolo, y el párroco de la Iglesia de San Marcello, el servita P. Enrico, unidos por la misma devoción actualizada. Están programando la celebración del quinto centenario el próximo 2022. Quieren involucrar para esta efeméride a todas las cofradías diseminadas por el mundo y agregadas en algún momento de la historia a la de la Urbe. El reto es apasionante. Sería un ejemplo de religiosidad popular y defensa del patrimonio inmaterial en nuestra Europa, en un momento que los católicos, muy conscientes de su importancia en la cultura europea, demandan caminos bien señalizados por los que transitar en la religión, el patrimonio y las labores sociales.

prof. José Luis Alonso Ponga
Universidad de Valladolid

El milagroso Crucifijo de San Marcelo y su Archicofradía en la Europa del s. XXI

El pasado día 27 de marzo, viernes de Cuaresma, pudimos asistir a una de las manifestaciones más impactantes de la religiosidad popular. El Papa Francisco en una tarde lluviosa de comienzos de primavera, se dirigió al mundo para dar testimonio de la preocupación que tiene la Iglesia en estos momentos de la pandemia del coronavirus.

Guardaban y protegían al Sumo Pontífice, en la soledad de la Plaza de San Pedro, el icono de la Virgen Salus Populi Romani, traída desde la basílica de Santa María Maggiore, y el conocido popularmente como “Il miracolosissimo Crocefixo di San Marcello”. Son las dos imágenes que han protegido a la Urbe durante siglos, la Salus Populi Romani, según la leyenda, desde finales del s. VI y el Crucifijo de San Marcelo desde el año 1522.

El primer gran milagro del Santísimo Cristo se produjo la noche del 22 al 23 de mayo del año 1519, cuando un terrible incendio destruyó por completo la antigua iglesia en la vía del Corso. Al enfriarse las cenizas, entraron los fieles y vieron estupefactos que el crucifijo del s. XIV permanecía en su sitio, sin daño alguno. El milagro divulgado de boca a boca, corrió como la pólvora por el barrio. Los fieles que se acercaron a ver el prodigio decidieron ponerse manos a la obra para rehacer la iglesia. El papa León X contribuyó generosamente con este propósito y la reconstrucción se llevó a efecto en el menor tiempo posible.

El año 1522 cayó una epidemia sobre Roma que alteró, como todas las epidemias, la vida de los romanos. Para combatirla, sacaron las imágenes más poderosas, pero no consiguieron gran cosa. Entonces los devotos del Crucifijo, con el apoyo del español Guillermo Raimundo de Vich, protonotario del Papa y cardenal con el título de San Marcello, organizaron una procesión de oración y disciplina que duró dieciocho días, pasando por todos los barrios. La apoteosis se produjo con la entrada triunfante del Crucifijo en la Basílica de San Pedro.

Los mismos devotos del pueblo, con el apoyo de algunos nobles, se unieron en una congregación que recibió, el año 1526, los estatutos del Papa Clemente VII. Este es el origen de la Archicofradía del Santísimo Crucifijo de San Marcelo en Roma, que llegó a ser la más importante de la Ciudad Eterna. En 1564 el Papa Pío IV le concedió la potestad de agregar a otras hermandades de disciplinantes y las dedicadas a Cristo Crucificado de fuera de la Urbe. El éxito fue tan notable entre las de la Europa católica y la América Hispana, que, para el jubileo del año 1825, la Archicofradía de San Marcelo envió un millar de cartas invitando a otras tantas cofradías agregadas a celebrar el año santo en Roma.

El gran desarrollo de la Hermandad se debió a que, desde el primer momento, trabajaron unidos y con el mismo espíritu los cofrades del Crucifijo y los padres servitas, encargados de la Iglesia de San Marcello. Como protector de la Cofradía nombró Su santidad a su vicecanciller, que comenzó con el cardenal Alejandro Farnese, le siguieron otros purpurados de las familias Peretti, Barberini, Carafa y un largo etc., por supuesto, de las familias más poderosas de la Roma del momento. Cada uno de ellos contribuyó en lo que pudo al esplendor artístico y musical de la Archicofradía, construyeron el oratorio de la Piazza Sciarra y consiguieron, de los romanos pontífices, todas las gracias e indulgencias posibles.

El fin de la Hermandad fue, desde su fundación, espiritual y social. Trabajó por mantener y propagar la devoción al Crucifijo Milagrosísimo y a la par se comprometió en obras sociales como socorrer a los pobres —en este sentido es interesante saber que llegó a tener un médico para auxiliar a los desheredados y sin techo—, casar a doncellas sin recursos, sepultar a los difuntos sin posibles para pagar un entierro digno y ayudarse entre sí los hermanos que provenían de todas las clases sociales. Fueron famosas las procesiones de disciplina y penitencia que organizaba la tarde del Jueves Santo a la Basílica de San Pedro para venerar las Reliquias de la Pasión. En ellas llevaban la imagen del Cristo con toda la solemnidad exigida. En los años santos hacían construir, por los arquitectos más famosos del momento, un paso en el que el Crucifijo aparecía en un magnífico escenario de ángeles, nubes y luces en una catequesis popular que exaltaba el valor salvífico de la pasión de Cristo. La procesión se acompañaba con un gran número de disciplinantes y grupos de músicos y coros del propio oratorio y otros contratados para la ceremonia. Las cofradías italianas enviaban los años jubilares algunos cofrades que acompañaban a los de la ciudad en la procesión, y las de más lejos mandaban una cantidad convenida de cera blanca para alumbrar al Cristo haciéndose presentes simbólicamente.

Religiosidad Popular, misericordia, obras sociales y conservación del patrimonio siguen siendo los fines que rigen la Archicofradía del Santísimo Cristo de San Marcelo. Sin embargo, hoy, por avatares de la historia, el número de cofrades no es muy grande y, aunque intentan suplir la falta de brazos con un entusiasmo envidiable, han comenzado a trabajar para conseguir personas que, movidas por el espíritu cofrade, quieran unirse a ellos. Han iniciado una etapa de explicación de su carisma, que empieza a dar los primeros frutos.

La Archicofradía del Santísimo Cristo de San Marcelo está plenamente integrada dentro del espíritu que se manifestó en el Primer Forum Paneuropeo de las Cofradías que se celebró en Lugano los días 15 y 16 de febrero del presente año. El encuentro fue convocado por la Cofradía de San Carlos Borromeo de Lugano, lo dirigieron don Umberto Angeloni y la Cofederación de las cofradías italianas, y lo inauguró el arzobispo Mons. Rino Fisichela, Presidente del Pontificio Consejo para la promoción de la nueva evangelización. El Santo Padre concedió a los asistentes indulgencia plenaria a través de la Penitenciaría Apostólica.

El renacimiento de la Archiconfraternita romana, se está logrando gracias al trabajo conjunto del Mayordomo de la Archicofradía, Avv. Illario Maiolo, y el párroco de la Iglesia de San Marcello, el servita P. Enrico, unidos por la misma devoción actualizada. Están programando la celebración del quinto centenario el próximo 2022. Quieren involucrar para esta efeméride a todas las cofradías diseminadas por el mundo y agregadas en algún momento de la historia a la de la Urbe. El reto es apasionante. Sería un ejemplo de religiosidad popular y defensa del patrimonio inmaterial en nuestra Europa, en un momento que los católicos, muy conscientes de su importancia en la cultura europea, demandan caminos bien señalizados por los que transitar en la religión, el patrimonio y las labores sociales.

prof. José Luis Alonso Ponga
Universidad de Valladolid

El milagroso Crucifijo de San Marcelo y su Archicofradía en la Europa del s. XXI

El pasado día 27 de marzo, viernes de Cuaresma, pudimos asistir a una de las manifestaciones más impactantes de la religiosidad popular. El Papa Francisco en una tarde lluviosa de comienzos de primavera, se dirigió al mundo para dar testimonio de la preocupación que tiene la Iglesia en estos momentos de la pandemia del coronavirus.

Guardaban y protegían al Sumo Pontífice, en la soledad de la Plaza de San Pedro, el icono de la Virgen Salus Populi Romani, traída desde la basílica de Santa María Maggiore, y el conocido popularmente como “Il miracolosissimo Crocefixo di San Marcello”. Son las dos imágenes que han protegido a la Urbe durante siglos, la Salus Populi Romani, según la leyenda, desde finales del s. VI y el Crucifijo de San Marcelo desde el año 1522.

El primer gran milagro del Santísimo Cristo se produjo la noche del 22 al 23 de mayo del año 1519, cuando un terrible incendio destruyó por completo la antigua iglesia en la vía del Corso. Al enfriarse las cenizas, entraron los fieles y vieron estupefactos que el crucifijo del s. XIV permanecía en su sitio, sin daño alguno. El milagro divulgado de boca a boca, corrió como la pólvora por el barrio. Los fieles que se acercaron a ver el prodigio decidieron ponerse manos a la obra para rehacer la iglesia. El papa León X contribuyó generosamente con este propósito y la reconstrucción se llevó a efecto en el menor tiempo posible.

El año 1522 cayó una epidemia sobre Roma que alteró, como todas las epidemias, la vida de los romanos. Para combatirla, sacaron las imágenes más poderosas, pero no consiguieron gran cosa. Entonces los devotos del Crucifijo, con el apoyo del español Guillermo Raimundo de Vich, protonotario del Papa y cardenal con el título de San Marcello, organizaron una procesión de oración y disciplina que duró dieciocho días, pasando por todos los barrios. La apoteosis se produjo con la entrada triunfante del Crucifijo en la Basílica de San Pedro.

Los mismos devotos del pueblo, con el apoyo de algunos nobles, se unieron en una congregación que recibió, el año 1526, los estatutos del Papa Clemente VII. Este es el origen de la Archicofradía del Santísimo Crucifijo de San Marcelo en Roma, que llegó a ser la más importante de la Ciudad Eterna. En 1564 el Papa Pío IV le concedió la potestad de agregar a otras hermandades de disciplinantes y las dedicadas a Cristo Crucificado de fuera de la Urbe. El éxito fue tan notable entre las de la Europa católica y la América Hispana, que, para el jubileo del año 1825, la Archicofradía de San Marcelo envió un millar de cartas invitando a otras tantas cofradías agregadas a celebrar el año santo en Roma.

El gran desarrollo de la Hermandad se debió a que, desde el primer momento, trabajaron unidos y con el mismo espíritu los cofrades del Crucifijo y los padres servitas, encargados de la Iglesia de San Marcello. Como protector de la Cofradía nombró Su santidad a su vicecanciller, que comenzó con el cardenal Alejandro Farnese, le siguieron otros purpurados de las familias Peretti, Barberini, Carafa y un largo etc., por supuesto, de las familias más poderosas de la Roma del momento. Cada uno de ellos contribuyó en lo que pudo al esplendor artístico y musical de la Archicofradía, construyeron el oratorio de la Piazza Sciarra y consiguieron, de los romanos pontífices, todas las gracias e indulgencias posibles.

El fin de la Hermandad fue, desde su fundación, espiritual y social. Trabajó por mantener y propagar la devoción al Crucifijo Milagrosísimo y a la par se comprometió en obras sociales como socorrer a los pobres —en este sentido es interesante saber que llegó a tener un médico para auxiliar a los desheredados y sin techo—, casar a doncellas sin recursos, sepultar a los difuntos sin posibles para pagar un entierro digno y ayudarse entre sí los hermanos que provenían de todas las clases sociales. Fueron famosas las procesiones de disciplina y penitencia que organizaba la tarde del Jueves Santo a la Basílica de San Pedro para venerar las Reliquias de la Pasión. En ellas llevaban la imagen del Cristo con toda la solemnidad exigida. En los años santos hacían construir, por los arquitectos más famosos del momento, un paso en el que el Crucifijo aparecía en un magnífico escenario de ángeles, nubes y luces en una catequesis popular que exaltaba el valor salvífico de la pasión de Cristo. La procesión se acompañaba con un gran número de disciplinantes y grupos de músicos y coros del propio oratorio y otros contratados para la ceremonia. Las cofradías italianas enviaban los años jubilares algunos cofrades que acompañaban a los de la ciudad en la procesión, y las de más lejos mandaban una cantidad convenida de cera blanca para alumbrar al Cristo haciéndose presentes simbólicamente.

Religiosidad Popular, misericordia, obras sociales y conservación del patrimonio siguen siendo los fines que rigen la Archicofradía del Santísimo Cristo de San Marcelo. Sin embargo, hoy, por avatares de la historia, el número de cofrades no es muy grande y, aunque intentan suplir la falta de brazos con un entusiasmo envidiable, han comenzado a trabajar para conseguir personas que, movidas por el espíritu cofrade, quieran unirse a ellos. Han iniciado una etapa de explicación de su carisma, que empieza a dar los primeros frutos.

La Archicofradía del Santísimo Cristo de San Marcelo está plenamente integrada dentro del espíritu que se manifestó en el Primer Forum Paneuropeo de las Cofradías que se celebró en Lugano los días 15 y 16 de febrero del presente año. El encuentro fue convocado por la Cofradía de San Carlos Borromeo de Lugano, lo dirigieron don Umberto Angeloni y la Cofederación de las cofradías italianas, y lo inauguró el arzobispo Mons. Rino Fisichela, Presidente del Pontificio Consejo para la promoción de la nueva evangelización. El Santo Padre concedió a los asistentes indulgencia plenaria a través de la Penitenciaría Apostólica.

El renacimiento de la Archiconfraternita romana, se está logrando gracias al trabajo conjunto del Mayordomo de la Archicofradía, Avv. Illario Maiolo, y el párroco de la Iglesia de San Marcello, el servita P. Enrico, unidos por la misma devoción actualizada. Están programando la celebración del quinto centenario el próximo 2022. Quieren involucrar para esta efeméride a todas las cofradías diseminadas por el mundo y agregadas en algún momento de la historia a la de la Urbe. El reto es apasionante. Sería un ejemplo de religiosidad popular y defensa del patrimonio inmaterial en nuestra Europa, en un momento que los católicos, muy conscientes de su importancia en la cultura europea, demandan caminos bien señalizados por los que transitar en la religión, el patrimonio y las labores sociales.

prof. José Luis Alonso Ponga
Universidad de Valladolid

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